Lo dicho, lo callado, lo sentido, lo pensado, lo vivido, en silencio... Lo soñado, lo sufrido, lo intuido, lo latido, lo olvidado, en silencio... Lo pasado, lo presente, lo venidero, lo prohibido, lo manifiesto, en silencio...
“ Hay días en que las palabras sólo así se manifiestan "
" El Amor es el Silencio más fino,
el más tembloroso,
el más insoportable..."
JAIME SABINES
" El Silencio es el único amigo que jamás traiciona"
" —¡Hola! —¿Has dicho hola? —No, he dicho hola, pero es casi lo mismo. " ( frase de la película)
" La firmeza en el propósito es una de las virtudes más necesarias, y uno de los mejores instrumentos para el éxito. Sin ella genios desperdician sus esfuerzos en laberintos de incongruencias. "
PHILIP DORMER STANHOPE
" Todo laberinto tiene una salida,
la vida es el transcurso para encontrarla..."
*
Habrá quién piense que me refiera a la muerte, pero en ningún caso... ( Resultaría una obviedad. ) Me refiero a la felicidad, cómo única salida en un laberinto, que depende únicamente de nosotros. No hablo de conformismos, ni siquiera de aceptación ( en ocasiones necesaria). Apelo únicamente a la capacidad de topar con un muro, cambiar de rumbo y seguir avanzando...
" Es el final del laberinto el que nos devuelve al punto de partida.
Pero cada vez que encontramos la salida, el laberinto es otro. "
ALEJANDRO LANÚS
“ Todos queremos más...”
El ser humano ( evolutivo por naturaleza) tiende a trazarse nuevas metas,
a encontrar nuevas salidas...
¿ Pudiera acaso ser que felicidad no sea sino, un sinónimo de evolución?
( No se trata de no disfrutar lo que tenemos, al contrario, se trata de perpetuar la continuidad de aquello
que nos hace felices, y si es posible, también de lo siguiente...)
La felicidad es más sencilla de lo que pensamos...
¿ Cuántas salidas crees que existen?
¿ Sabes en realidad cómo, cuando y porqué ERES FELIZ?
Puede ser que lo diáfano alcance a lo sublime,puede ser que el silencio estrangule la voz, puede ser que el sonido de la voz, suene frío,puede ser que el amor, se guarde en la despensa...Puede ser que la luz, inmensa se propague,puede que en la mirada, se propague esa luz,puede ser que todo y nada acabe,puede ser que el amor sea el centro en la cruz...Puede ser que todo lo posible,se torne intransferible, regocijo callado, sentimiento intangible, profundo y entregado...Puede ser que el amor, del todo incomprensible,sea el sueño descrito de quién siempre hubo amado, puede ser que un corazón alado, se torne una voz libre,y entre lluvia soleada, sienta sólo tú voz...No me canso de sentirte,nunca me dejo olvidarte,no pretendí persuadirte,tan sólo quería escucharte...No quiero difuminarme,si no en fusión con tu almizcle,no de dejaré de latirte,decidí por siempre amarte...
"Para abrir nuevos caminos, hay que inventar; experimentar; crecer, correr riesgos, romper las reglas, equivocarse... Y divertirse"
MARY LOU COOK
" No siempre se puede olvidar, no siempre es comprensible el sentimiento, aún y así, el AMOR es lo menos razonado que ofrece el ser humano. Quizás también el más sublime modo de avanzar... "
"Abrirse camino, no es una elección es un aprendizaje... Un paso es aptitud, el otro actitud"
"Un camino no es genuino sin antes haber trazado algún obstáculo, pues de ellos se aprende a crecer no por cuan extensos sean los pasos, sino por cuanta Fe los das"
De
acuerdo con La esencia de la Salvación, de Eshin, los Diez
Placeres no son nada más que una gota de agua en el océano
comparados con los goces de la Tierra Pura. El suelo es, allí, de
esmeralda y los caminos que la cruzan, de cordones de oro. No hay
fronteras y su superficie es plana. Cincuenta mil millones de salones
y torres trabajadas en oro, plata, cristal y coral se levantan en
cada uno de los Precintos sagrados. Hay maravillosos ropajes
diseminados sobre enjoyadas margaritas. Dentro de los salones y sobre
las torres una multitud de ángeles tocan eternamente música sagrada
y entonan himnos de alabanza al Tathagata Buda. Existen grandes
estanques de oro y esmeralda en los jardines para que los fieles
realicen sus abluciones. Los estanques de oro están rodeados de
arena de plata y los de esmeralda, de arena de cristal. Hay plantas
de loto en las fuentes que brillan con mil fuegos cuando el viento
acaricia la superficie del agua. Día y noche el aire se colma con el
canto de las grullas, gansos, pavos reales, papagayos y Kalavinkas de
dulce acento que tienen rostros de mujeres hermosas. Estos y otras
miríadas de pájaros cien veces alhajados elevan sus melodiosos
cantos en alabanza a Buda. (Aun cuando sus voces resuenen dulcemente,
esta inmensa colección de aves debe resultar extremadamente
ruidosa).
Las
orillas de estanques y ríos están cubiertas de bosquecillos con
preciosos árboles sagrados que poseen troncos de oro, ramas de plata
y flores de coral. Su belleza se refleja en las aguas. El aire está
colmado de cuerdas enjoyadas de las que cuelgan legiones de campanas
preciosas que tañen por siempre la Ley Suprema de Buda, y extraños
instrumentos musicales, que resuenan sin ser pulsados, se extienden
en lontananza por el diáfano cielo. Una
mesa con siete joyas, sobre cuya resplandeciente superficie se
encuentran siete recipientes colmados por los más exquisitos
manjares, aparece frente a aquellos que sienten algún tipo de
apetito. No es necesario llevarse a la boca estas viandas. Basta
deleitarse con su aroma y colores. En tal forma, el estómago se
satisface y el cuerpo se nutre mientras que el sujeto se mantiene
espiritual y físicamente puro. Una vez terminada la merienda, los
recipientes y la mesa desaparecen. De
la misma manera, el cuerpo se viste automáticamente sin necesidad de
coser, lavar, teñir o zurcir. Las
lámparas tampoco son necesarias, pues el cielo está iluminado por
una luz omnipresente. Además, la Tierra Pura goza de una temperatura
moderada durante todo el año, haciendo innecesario refrescarse o
abrigarse. Cien mil esencias tenues perfuman el aire y pétalos de
loto caen en constante lluvia. En
el capítulo de "El Portal de Inspección" se nos enseña
que, visto y considerando que los no iniciados no pueden adentrarse
profundamente en la Tierra Pura, deben ocuparse en despertar sus
poderes de "imaginación exterior" y, luego, en
engrandecerlos continuamente. El poder de la imaginación permite
escapar a las trabas de nuestra vida mundana y contemplar a Buda. Si
estamos dotados de una rica y turbulenta fantasía, podremos
concentrar nuestra atención en una sola flor de loto y, desde allí,
expandirnos hacia infinitos horizontes. A
través de una observación microscópica y de cierta proyección
astronómica, la flor de loto puede convertirse en los cimientos de
una teoría del universo y en el agente por medio del cual nos será
posible percibir la Verdad. En primer lugar, debemos saber que cada
pétalo tiene ochenta y cuatro mil nervaduras, y que cada nervadura
posee ochenta y cuatro mil luces. Más aún, la más pequeña de
estas flores tiene un diámetro de doscientos cincuenta yojana.
Presumiendo que el yoyana del cual hablan las Sagradas
Escrituras corresponde a setenta y cinco millas cada uno, podemos
llegar a la conclusión de que una flor de loto de un diámetro de
diecinueve mil millas no es de las más grandes. Pues
bien, esa flor tiene ochenta y cuatro mil pétalos y dentro de cada
uno hay un millón de joyas resplandecientes con mil luces
diferentes. Sobre el cáliz bellamente adornado de la flor se
levantan cuatro alhajados pilares, cada uno de los cuales es cien
billones de veces más grande que el Monte Sumeru, que sobresale en
el centro del universo budista. Grandes tapices cuelgan de sus
pilares. Cada uno de ellos está adornado con cincuenta mil millones
de joyas que emiten ochenta y cuatro mil luces por unidad. Cada luz
está compuesta de ochenta y cuatro mil tonos diferentes de oro. La
concentración en tales imágenes es conocida como "Pensamiento
del asiento de Loto en el que se sienta Buda", y el mundo que se
vislumbra como fondo de nuestra historia es un mundo imaginado en esa
escala. El
sacerdote del Templo de Shiga era un hombre de gran virtud. Sus cejas
eran muy blancas y apenas podía con sus huesos. Recorría el templo
de un lado a otro, apoyado en un bastón. A
los ojos de este sabio asceta el mundo sólo era un montón de
basura. Había vivido retirado durante muchos años y el pequeño
retoño de pino que había plantado con sus propias manos, al mudarse
a su celda actual era ya un gran árbol cuyas ramas se agitaban al
viento. Un monje que había logrado abandonar el Mundo Fluctuante
desde tanto tiempo atrás, debía nutrir gran seguridad respecto a su
futuro. Sonreía,
compasivo, frente a nobles poderosos, y reflexionaba acerca de la
imposibilidad que demostraba aquella gente en advertir que los
placeres no eran sino sueños vacíos. Cuando contemplaba a alguna
mujer hermosa, su única reacción era experimentar piedad por los
hombres que aún habitan el mundo de las desilusiones y se sacuden en
las olas del deseo carnal. Cuando
un hombre no responde a las motivaciones que regulan el mundo
material, ese mundo parece sumergirse en un completo reposo. Para los
ojos del Gran Sacerdote, el mundo sólo ofrecía reposo, estaba
reducido a un dibujo, al mapa de cierta tierra extranjera. Cuando se
ha alcanzado el estado de ánimo en el cual las pasiones indignas del
mundo han desaparecido, también se olvida el temor. Es por esta
razón que el Sacerdote no podía explicarse la existencia del
Infierno. Sabía, más allá de toda duda, que el mundo no ejercía
ya ningún poder sobre él, pero como carecía por completo de
soberbia no se detenía a pensar que ello se debía a su enorme
virtud. En
cuanto a su cuerpo, podía decirse que ya no tenía casi carne. Al
bañarse se regocijaba viendo cómo sus huesos salientes estaban
precariamente cubiertos por carne marchita. Habiendo su cuerpo
alcanzado ese estado, podía avenirse a él como si perteneciera a
otra persona. Un cuerpo en tales condiciones parecía estar más
calificado para ser nutrido por la Tierra Pura que por alimentos y
bebidas terrestres. Soñaba
noche a noche con la Tierra Pura y, al despertar, sólo sabía que
subsistir en este mundo significaba estar atado a una triste
ensoñación evanescente. Cuando
llegaba la época de admirar las flores, gran cantidad de gente venía
de la capital con el objeto de visitar la villa de Shiga. Esto no
molestaba al sacerdote, ya que hacía tiempo que había superado el
estado en el que los ruidos del mundo pueden irritar la mente. Abandonó
su celda, en un atardecer de primavera, y caminó hacia el lago. Era
la hora en que las sombras del crepúsculo avanzan lentamente sobre
la brillante luz de la tarde. Ni el más leve movimiento agitaba la
superficie del agua. El sacerdote se detuvo en la orilla y comenzó a
practicar el sagrado rito de la Contemplación del Agua. En
aquel momento, un carruaje tirado por bueyes, perteneciente a todas
luces a una persona de alto rango, rodeó el lago y se detuvo cerca
del sacerdote. Su dueña, una dama de la Corte del distrito Kyogoku
de la Capital, poseía el alto título de Gran Concubina Imperial.
Esta dama deseaba contemplar el paisaje de Shiga en la recién
llegada primavera y, al regresar, había hecho detener el carruaje.
Alzó la cortina para echar una última mirada al lago. El
Gran Sacerdote miró, casualmente, en esa dirección y, de inmediato
se sintió abrumado por tanta belleza. Sus ojos se encontraron con
los de la mujer y, como no hiciera nada por apartarlos, ella no trató
de ocultarse. Su
liberalidad no era tanta como para permitir que los hombres la
miraran con apasionamiento; pero reflexionó que los motivos de aquel
austero y viejo asceta no podían ser los mismos que los de los
hombres comunes. La
dama bajó la cortina tras algunos minutos. El carruaje echó a andar
y, después de cruzar el Paso de Shiga, se encaminó lentamente por
la ruta que conducía a la Capital. Cayó la noche. Hasta que el
carruaje no fue más que un punto entre los árboles lejanos, el Gran
Sacerdote permaneció como petrificado en el mismo lugar. En
un abrir y cerrar de ojos el mundo se había vengado del sacerdote
con terrible saña. Todo cuanto había creído tan inexpugnable, caía
en ruinas. Volvió
al templo, contempló la imagen de Buda e invocó su Sagrado Nombre.
Pero las sombras opacas de los pensamientos impuros se cernían sobre
él. Se dijo que la belleza de una mujer no era más que una
aparición fugaz, un fenómeno temporario compuesto de carne
perecedera. Sin embargo, aunque intentaba borrarla, la inefable
belleza que había contemplado junto al lago, pesaba ahora sobre su
corazón con la fuerza de algo llegado desde una infinita distancia.
El Gran Sacerdote no era lo suficientemente joven, ni física ni
espiritualmente, como para creer que ese nuevo sentimiento era sólo
una trampa que su carne le jugaba. La carne de un hombre, y lo sabía
bien, no se agita tan rápidamente. Antes bien, tenía la sensación
de haber sido sumergido en algún veneno sutil y poderoso que había
alterado su espíritu. El
Gran Sacerdote no había quebrantado nunca su voto de castidad. La
lucha interior librada en su juventud contra el deseo lo había
llevado a considerar a las mujeres sólo como meros seres materiales.
La única carne era la que existía realmente en su imaginación.
Considerándola más como una abstracción ideal que como un hecho
físico, confiaba en su fortaleza espiritual para subyugarla. En ese
sentido, el sacerdote había triunfado. Nadie que lo conociera podría
ponerlo en duda. Pero
el rostro de mujer que había levantado la cortina del carruaje era
demasiado armonioso y refulgente como para ser designado como un mero
objeto de la carne. El sacerdote no supo qué nombre darle. Sólo
pudo reflexionar en que, para que tan portentoso hecho se produjera,
algo hasta aquel momento oculto y al acecho en su interior, se había
revelado finalmente. Ese algo no era sino este mundo, que hasta
entonces había permanecido en reposo, y que, súbitamente, emergía
de la oscuridad y comenzaba a agitarse. Era
como si hubiera permanecido, de pie, junto al camino que lleva a la
capital, con las manos firmemente apretadas sobre los oídos, y
hubiera visto cruzar con gran estrépito dos grandes carros tirados
por bueyes. Al destaparse los oídos, bruscamente, el estruendo lo
envolvía. Percibir
el flujo y reflujo de fenómenos transitorios, sentir su fragor
rugiente en los oídos, era entrar dentro del círculo de este mundo.
Para un hombre como el Gran Sacerdote, que no había admitido
concesiones en su contacto con el mundo exterior, significaba
someterse nuevamente a un estado de dependencia. Aun
leyendo a los Sutras exhalaba grandes suspiros de angustia. Pensó,
entonces, que la naturaleza servía para distraer su espíritu e
intentó concentrarse en las montañas que, a través de la ventana
de su celda, se destacaban en la distancia contra el cielo nocturno.
Pero sus pensamientos, en vez de concentrarse en la belleza, se
desvanecían como nubes y desaparecían. Fijaba
su mirada en la luna, pero sus pensamientos fluctuaban como antes, y
cuando fue a inclinarse, nuevamente, frente a la Suprema Imagen, en
un desesperado esfuerzo por recobrar la pureza de su mente, el rostro
de Buda se transformó y se convirtió en las facciones de la dama
del carruaje. Su universo había quedado aprisionado dentro de los
límites de un estrecho círculo donde se enfrentaban el Gran
Sacerdote y la Gran Concubina Imperial. La
Gran Concubina Imperial de Kyogoku olvidó rápidamente al viejo
sacerdote que la observara con tanta atención en el lago de Shiga.
Sin embargo, poco tiempo después llegó a sus oídos un rumor que le
recordó el incidente. Uno de los habitantes del villorrio había
sorprendido al Gran Sacerdote mirando cómo se perdía en la
distancia el carruaje de la dama. Se lo había comentado a un
caballero de la Corte que admiraba las flores de Shiga, agregando
que, desde aquel día, el Sacerdote se comportaba como quien ha
perdido la razón. La
Concubina Imperial fingió no creer en tales habladurías, pero la
virtud del sacerdote era conocida en toda la capital y el suceso
sirvió para alimentar la vanidad de la dama. Estaba
verdaderamente cansada del amor que recibía de los hombres de este
mundo. La Concubina Imperial tenía clara conciencia de lo hermosa
que era y se inclinaba hacia otras disciplinas, como la religión,
que trataran a su belleza y a su alto rango como cosas desprovistas
de valor. El mundo la aburría soberanamente y, por ende, creía
también en la Tierra Pura. Era inevitable que el Budismo Jodo, que
rechazaba toda la belleza y el brillo del mundo visible como si fuera
corrupción y contaminación, tuviera un atractivo especial para
quien, como la Concubina Imperial, estaba tan desilusionada de la
elegante superficialidad de la vida cortesana. Elegancia que, por
otra parte, parecía anunciar inequívocamente los Últimos Días de
la Ley y su degeneración. Entre
aquellos que consideraban al amor como su principal preocupación, la
Concubina Imperial ocupaba un alto puesto como la personificación
misma del refinamiento. El hecho de que jamás hubiera brindado su
amor a hombre alguno no hacía sino acrecentar su fama. Aun cuando
cumplía sus deberes para con el Emperador con el más absoluto
decoro, nadie creía, ni por un momento, que estuviera enamorada de
él. La Gran Concubina Imperial soñaba con una pasión al borde de
lo imposible. El
Gran Sacerdote del Templo de Shiga era famoso por su virtud y todos
en la Capital sabían hasta qué punto este anciano prelado había
hecho abandono del mundo. Tanto más sorprendente era, entonces, el
rumor de que había sido prendado por los encantos de la Concubina
Imperial, y que, por ella, había sacrificado la vida eterna. Rehusar
los goces de la Tierra Pura que estaban casi al alcance de su mano,
equivalía al mayor sacrificio y a la más importante ofrenda. La
Gran Concubina Imperial se mostraba totalmente indiferente a los
encantos de los nobles y jóvenes libertinos que abundaban en la
Corte. Los atributos físicos de los hombres ya no representaban nada
para ella. Su única ambición era encontrar a alguien que pudiera
ofrecerle un amor fuerte y profundo. Una
mujer con tales aspiraciones se convierte en una criatura aterradora.
Si hubiera sido sólo una cortesana, la habrían conformado las
riquezas y la frivolidad. La Gran Concubina poseía todo lo que la
riqueza del mundo puede brindar. El hombre que aguardaba tendría que
ofrecerle, pues, los bienes del universo del futuro. Los
comentarios sobre el enamoramiento del Gran Sacerdote inundaron la
Corte, hasta que, finalmente, y en son de broma, la historia fue
repetida hasta al mismo Emperador. Esta chismografía desagradaba a
la Gran Concubina, que guardaba una actitud fría e indiferente.
Comprendía perfectamente que existían dos motivos para que los
cortesanos pudieran bromear libremente sobre un asunto cuyo
comentario, normalmente, les estaría vedado. El primero, que,
refiriéndose al amor del Gran Sacerdote, estaban halagando la
belleza de la mujer que inspiraba aun a un eclesiástico de tan gran
virtud, tamaña distracción y, en segundo término, todos sabían
que el amor del anciano por la noble dama jamás podría ser
retribuido. La
Gran Concubina Imperial reconstruyó mentalmente los rasgos del viejo
sacerdote que había visto a través de la ventana del carruaje. No
se parecía en absoluto a los rostros de ninguno de los hombres que
la habían amado hasta entonces. Era extraño que el amor surgiera en
el corazón de un hombre que no poseía ninguna condición como para
ser amado. La dama recordó frases tales como "mi amor perdido y
sin esperanzas" que eran usadas a menudo por los poetastros de
Palacio cuando deseaban despertar eco en los corazones de sus
indiferentes amadas. La situación del más desgraciado de aquellos
elegantes resultaba envidiable frente a la del Gran Sacerdote. Sin
embargo, a la Concubina Imperial los escarceos poéticos de tales
jóvenes se le antojaron adornos mundanos, inspirados por la vanidad
y totalmente desprovistos de sentimiento. A
esta altura, el lector comprenderá claramente que la Gran Concubina
Imperial no era, como comúnmente se la creía, la personificación
de la elegancia cortesana, sino una persona que encontraba en la
evidencia de ser amada una verdadera razón de vivir. Pese a su alto
rango era, antes que nada, una mujer, y todo el poder y la autoridad
del mundo carecían de valor si no le brindaban tal evidencia. Los
hombres que la rodeaban se entregaban a luchar sin fin para alcanzar
el poder político. Ella soñaba con dominar el mundo por otros
medios puramente femeninos. Había
conocido a muchas mujeres que habían tomado los hábitos que se
habían retirado del mundo. Tales mujeres la hacían reír.
Cualquiera sea la razón alegada por una mujer para abandonar el
mundo, le es casi imposible desprenderse de sus posesiones. Sólo los
hombres son verdaderamente capaces de abandonar cuanto poseen. El
viejo sacerdote del lago había dejado, en determinada etapa de su
vida, el Mundo Fluctuante y sus placeres. Ante los ojos de la
Concubina Imperial era más hombre que todos los nobles que poblaban
la Corte. Y así como había abandonado una vez este Mundo
Fluctuante, estaba dispuesto ahora, por ella, a renunciar también al
mundo futuro. La
Concubina recordó la idea de la sagrada flor de loto que su profunda
fe había impreso vívidamente en su mente. Pensó en el enorme loto
con una anchura de doscientas cincuenta yojana. Aquella planta
absurda se ajustaba más a sus gustos que las mezquinas flores
flotantes de los estanques de la Capital. Por las noches, el susurro
del viento entre los árboles del jardín le parecía insípido
comparado con la música delicada que produce la brisa, en la Tierra
Pura, cuando sacude a las plantas sagradas. Al
recordar los extraños instrumentos que colgaban del cielo y tañían
sin ser tocados, el sonido del arpa de Palacio sólo se le antojaba
una despreciable imitación. El
Sacerdote del Templo de Shiga luchaba. En sus combates juveniles
contra la carne, lo había sostenido siempre la esperanza de alcanzar
el mundo futuro. Pero, en cambio, esta lucha desesperada de su vejez
se asociaba con un sentimiento de pérdida irreparable. La
imposibilidad de consumar su amor por la Gran Concubina Imperial se
le aparecía tan clara como el sol en el cielo. Al mismo tiempo,
tenía perfecta conciencia de la imposibilidad de avanzar hacia la
Tierra Pura, mientras permaneciera esclavo de aquel amor. El Gran
Sacerdote había vivido en un estado de incomparable libertad y
ahora, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba sin futuro y en la
más completa oscuridad. El coraje que lo había acompañado durante
las luchas de su juventud había tenido, quizás, sus raíces en su
propio orgullo y confianza, en saber que se estaba privando
voluntariamente del placer que tenía al alcance de la mano. El
Gran Sacerdote sentía miedo nuevamente. Hasta que aquel noble
carruaje se aproximara a la orilla del Lago Shiga, su convencimiento
era que cuanto le esperaba ya no era sino la liberación del Nirvana.
Ahora se encontraba, de pronto, frente a la oscuridad del mundo donde
es imposible adivinar lo que nos acecha a cada paso. En
vano acudía a todas las formas de meditación religiosa. Ensayó la
Contemplación del Crisantemo, la Contemplación del Aspecto Total y
la Contemplación de las Partes; pero cada vez que intentaba
concentrarse, el hermoso rostro de la Concubina aparecía ante sus
ojos. Tampoco fue un remedio la Contemplación del Agua, pues
invariablemente aparecían los bellos rasgos resplandecientes entre
las ondas del lago. Todo
esto, sin duda, era sólo una consecuencia de su apasionamiento. Bien
pronto, el sacerdote advirtió que la concentración le producía más
mal que bien, y fue entonces cuando ensayó aliviar su espíritu por
medio de la dispersión. Le asombraba constatar que la meditación lo
hundía, paradójicamente, en una desilusión aún más profunda. A
medida que su espíritu iba sucumbiendo bajo tal peso, el sacerdote
decidió que antes de proseguir una lucha estéril, era mejor
concentrar deliberadamente sus pensamientos en la figura de la Gran
Concubina Imperial. El
Gran Sacerdote hallaba una nueva satisfacción al adornar su visión
de la dama en las más variadas formas, como si se tratara de una
imagen budista cubierta de diademas y baldaquines. Al hacerlo, el
objeto de su amor se transformaba en un ser de creciente esplendor,
distante e imposible. Esto le producía una alegría especial,
seguramente porque de lo contrario, el ver a la Gran Concubina
Imperial como a una mujer común y corriente era más peligroso. La
revestía de todas las humanas fragilidades. Mientras
reflexionaba sobre este asunto, la verdad se hizo en su corazón. No
veía en la Gran Concubina Imperial a una criatura de carne y hueso,
ni tampoco a una visión. Era, en todo caso, un símbolo de la
realidad, un símbolo de la esencia de las cosas. Resulta
verdaderamente extraño perseguir esa esencia en la figura de una
mujer. Y, sin embargo, existía un motivo. Aun al enamorarse, el
sacerdote de Shiga no había perdido el hábito, adquirido tras
largos años de contemplación, de esforzarse por alcanzar la esencia
de las cosas a través de una constante abstracción. La Gran
Concubina Imperial de Kyogoku, se había identificado con la visión
del inmenso loto de doscientos cincuenta yojana. Reclinada en el agua
y sostenida por todas las flores de loto, la Cortesana se volvía.
tan grande como el Monte Sumeru. Cuanto
más convertía a su amor en un imposible, más profundamente
traicionaba el sacerdote a Buda, pues la imposibilidad de su amor se
encontraba aparejada con la imposibilidad de llegar a la iluminación.
Y cuanto más advertía que su amor no podía tener esperanza, más
crecía la fantasía que lo alimentaba y más se arraigaban sus
pensamientos impuros. Mientras consideraba que su amor tenía alguna
remota posibilidad, le había sido más fácil renunciar a él; pero
ahora que la Gran Concubina se había convertido en una criatura
fabulosa y totalmente inalcanzable, el amor del Gran Sacerdote se
inmovilizaba como un gran lago de aguas calmas que cubría,
inexorablemente, la superficie de la tierra. Esperaba
ver el rostro de su dama aún una vez más, pero temía que esa
figura, que ahora se había vuelto una gigantesca flor de loto, se
desvaneciera sin dejar rastros. Si aquello sucedía, el Gran
Sacerdote se salvaría. Esta vez no dudaba de alcanzar la verdad. Y
aquella mera perspectiva llenó al sacerdote de miedo y reverencia. El
melancólico amor del anciano había comenzado a crear curiosas
estratagemas. Cuando, por fin, se decidió a visitar a la Gran
Concubina, creyó en la ilusión de estar saliendo de una enfermedad
que estaba marchitando su cuerpo. El caviloso sacerdote interpretó
la alegría que acompañaba a su determinación como el alivio de
haber escapado finalmente a las trabas de su amor. Ninguno
de los servidores de la Gran Concubina halló nada extraño en el
hecho de que un anciano sacerdote permaneciera de pie en un rincón
del jardín, apoyado en su bastón y mirando tristemente la
Residencia. Era frecuente encontrar a ascetas y mendigos frente a las
grandes casas de la Capital, aguardando limosnas. Una
de las cortesanas mencionó el hecho a su señora. La Gran Concubina
miró, casualmente, a través del postigo que la separaba del jardín.
Bajo las sombras del verde follaje, un anciano sacerdote macilento y
de raídas vestiduras negras, inclinaba la cabeza. La dama lo observó
por algún tiempo, y cuando hubo reconocido al sacerdote del lago de
Shiga, su pálido rostro se volvió aún más demacrado. Pasados
algunos minutos de indecisión, impartió las órdenes necesarias
para que la presencia del sacerdote en el jardín fuera ignorada. Por
primera vez el desasosiego hizo presa de ella. Había visto a mucha
gente hacer abandono del mundo, pero ahora se encontraba por primera
vez con alguien que renunciaba al mundo futuro. La visión resultaba
siniestra y aterradora. Todos los placeres que había extraído su
imaginación ante la idea del amor del sacerdote, desaparecieron en
un segundo. Aunque aquel hombre hubiera renunciado al mundo futuro
por ella, ahora comprendía que ese mundo jamás pasaría a sus
propias manos. La
Gran Concubina Imperial contempló sus ropas elegantes y su hermoso
cuerpo. Luego, miró hacia el jardín y observó al feo anciano
andrajoso. El hecho de que pudiera existir alguna relación entre
ambos tenia una extraña fascinación. ¡Qué
diferente de la espléndida visión resultaba todo! El Gran Sacerdote
parecía ahora una persona salida del Infierno mismo. Nada quedaba
del hombre de virtuosa presencia que traía consigo el destello de la
Tierra Pura. Su luz interior, que hacía evocar la gloria, se había
desvanecido totalmente. Aun cuando se trataba del hombre del Lago de
Shiga, era una persona completamente distinta. Como
la mayoría de los cortesanos, la Gran Concubina Imperial tendía a
estar en guardia contra sus propias emociones, especialmente cuando
se enfrentaba con algo que podía afectarla profundamente. Al
comprobar el amor del Gran Sacerdote, la invadió el
descorazonamiento. La pasión consumada con la cual tanto había
soñado durante años, adquiría una forma, preciso es reconocerlo,
harto descolorida. Cuando
el sacerdote, apoyado en su bastón, llegó a la capital, casi había
olvidado su fatiga. Penetró sigilosamente en las posesiones de la
Gran Concubina Imperial en Kyogoku y observó desde el jardín. Tras
aquellos postigos estaba la dama de sus pensamientos. Al
asumir su adoración una forma sin mácula, el mundo futuro comenzó
a ejercer nuevamente su fascinación sobre el Gran Sacerdote. Nunca
antes había vislumbrado la Tierra Pura con tanta intensidad. Su
anhelo hacia ella se volvió casi sensual. Sólo debía pasar ahora
por la formalidad de presentarse ante la Gran Concubina, declararle
su amor y, de tal manera, librarse de una vez por todas de
pensamientos impuros que lo ataban aún a este mundo. Faltaba ese
único requisito para acercarse aún más a la Tierra Pura. Le
resultaba doloroso permanecer de pie, apoyado en el bastón. Los
ardientes rayos del sol de mayo atravesaban las hojas y caían sobre
su cabeza afeitada. Una y otra vez creyó perder el sentido. ¡Si tan
sólo la dama advirtiera su propósito y lo invitara a saludarla para
cumplir así con aquella formalidad! El Gran Sacerdote esperaba y,
apoyado en su bastón, luchaba contra su creciente debilidad. Finalmente
llegó el crepúsculo. Nada sabía aún de la Gran Concubina, quien,
por lógica, no podía conocer el pensamiento del sacerdote que, a
través de ella, vislumbraba la Tierra Pura. Se limitaba a observarlo
a través de los postigos. El sacerdote continuaba en el mismo sitio,
inmóvil. La claridad nocturna iluminó el jardín. La
Gran Concubina Imperial se atemorizó. Presintió que cuanto veía en
el jardín no era sino la encarnación de aquella "desilusión
profundamente arraigada" de la que hablan los Sutras. Quedó
abrumada ante la posibilidad de merecer las penas del Infierno. Después
de haber llevado a la perdición a un sacerdote de tan gran virtud,
no era, seguramente, la Tierra Pura cuanto podía esperar, sino, en
cambio, el Infierno mismo con todos los terrores que ella tan bien
conocía. El amor supremo con el cual soñara se había derrumbado.
Ser amada así, equivalía a una forma de condenación. Del mismo
modo en que el Gran Sacerdote vislumbraba por su intermedio la Tierra
Pura, la Gran Concubina contemplaba el horrible reino del Infierno a
través del amor de aquel anciano. Sin
embargo, esta noble dama de Kyogoku era demasiado orgullosa como para
sucumbir a sus temores sin luchar, y decidió poner en juego todos
los recursos de su innata crueldad. "El
Gran Sacerdote -se dijo- tendrá que sucumbir, tarde o temprano, al
mareo." Lo observó a través de los postigos esperando verlo en
el suelo; pero, para su fastidio, la silenciosa figura continuaba
inmóvil. Cayó
la noche y, a la luz de la luna, la figura del sacerdote se asemejaba
a un montón de huesos blancos. La
dama, llena de temor, no podía conciliar el sueño. Dejó de mirar a
través de los postigos y dio la espalda al jardín. Sin embargo, le
parecía sentir constantemente la penetrante mirada del sacerdote. Sabía
que aquél no era un amor vulgar. Por temor a ser amada y, por ende,
de terminar en el Infierno, la Gran Concubina Imperial rezaba con más
fervor que nunca por la Tierra Pura. Una Tierra Pura propia e
invulnerable que ansiaba conservar en su corazón. Era diferente a la
del sacerdote y no tenía relación con su amor. No dudaba de que, si
alguna vez la mencionaba ante el anciano, aquella interpretación
personal se desintegraría inmediatamente. El
amor del sacerdote, se decía, no tenía nada que ver con ella. Era
una aventura unilateral en la que sus sentimientos no tenían parte
alguna. No había, pues, razón por la cual se la descalificara en su
admisión en la Tierra Pura. Aun cuando el Gran Sacerdote perdiera el
sentido y falleciera, ella se mantendría indemne. Sin embargo, a
medida que avanzaba la noche y la temperatura se hacía más fría,
su confianza comenzó a abandonarla. El
Sacerdote permanecía en el jardín. Cuando las nubes ocultaban la
luna, se asemejaba a un extraño árbol viejo y nudoso. La
dama, consumida de angustia, insistía en que aquel anciano le era
totalmente ajeno. Las palabras parecían explotar en su corazón.
¿Por qué, en nombre del Cielo, tenía que ocurrir esto? En
aquellos momentos, y por extraño que parezca, la Gran Concubina
Imperial se había olvidado completamente de su belleza. Quizás
fuera más correcto decir que se había visto obligada a hacerlo. Finalmente,
los tenues matices del amanecer irrumpieron en el cielo oscuro y la
figura del sacerdote se destacó en la media luz. Todavía permanecía
en pie. La Gran Concubina Imperial estaba derrotada. Llamó
a una doncella y le ordenó invitar al sacerdote a dejar el jardín y
a arrodillarse junto al postigo. El
Gran Sacerdote se hallaba en la frontera del olvido, donde la carne
se desintegra. Ya no sabía si esperaba a la Gran Concubina Imperial
o al mundo futuro. Aun cuando distinguió la figura de la doncella
aproximándose desde la residencia en la pálida luz del amanecer, ni
siquiera comprendió que cuanto había esperado con tantas ansias, se
hallaba finalmente al alcance de su mano. La
doncella trasmitió el mensaje de su señora. Al escucharlo, el
sacerdote profirió un grito horrendo e inhumano. La doncella intentó
guiarlo de la mano, pero él no se lo permitió y se dirigió hacia
la casa con pasos increíblemente rápidos y seguros. La
oscuridad reinaba tras el postigo y resultaba imposible ver, desde
afuera, a la Gran Concubina. El sacerdote cayó de rodillas y,
cubriéndose el rostro con las manos, rompió a llorar. Estuvo allí
por largo rato con el cuerpo sacudido por esporádicas convulsiones. Entonces,
en la semi penumbra del amanecer, una blanca mano emergió dulcemente
del postigo. El sacerdote del Templo de Shiga la tomó entre las
suyas y se la llev6 a la frente y a las mejillas. La
Gran Concubina Imperial de Kyogoku tocó unos dedos extrañamente
fríos. Al mismo tiempo, sintió algo húmedo y tibio. Alguien mojaba
sus manos con tristes lágrimas. Cuando
los pálidos reflejos de la luz matutina comenzaron a iluminarla a
través del postigo, la ferviente fe de la dama le infundió una
maravillosa inspiración. No dudó ni por un instante de que aquella
mano extraña era la de Buda. Entonces,
la gran visión surgió nuevamente en el corazón de la Concubina. El
suelo de esmeraldas de la Tierra Pura; los millones de torres de
siete joyas; los ángeles y su música; los estanques dorados con
arenas de plata; los lotos resplandecientes y la dulce voz de las
Kalavinkas. Si aquella era la Tierra Pura que le tocaría en suerte
-y en aquel momento no dudaba de que así sería-, ¿por qué no
aceptar el amor del Gran Sacerdote? Aguardó
a que el hombre con las manos de Buda le rogara abrir el postigo que
los separaba. Cuando se lo pidiera, ella levantaría tal barrera y su
cuerpo incomparablemente hermoso aparecería frente a él como en su
primer encuentro junto al lago. Ella lo invitaría a entrar. La
Gran Concubina Imperial esperó. Pero
el Gran Sacerdote del Templo de Shiga no dijo nada. No pidió nada.
Después de cierto tiempo, las viejas manos aflojaron su presión y
los blancos dedos de la dama quedaron solos en la penumbra del
amanecer. El Sacerdote se alejó. Un frío mortal descendió sobre el
corazón de la Gran Concubina Imperial. Pocos
días después llegó a la Corte el rumor de que el espíritu del
Gran Sacerdote había alcanzado la liberación final en su celda de
Shiga. Al enterarse de tal noticia, la dama de Kyogoku se dedicó a
copiar en rollos y rollos, con la más hermosa escritura, el
pensamiento de los Sutras.
La acción más pura y esencial logra retratar los valores de la vida y las cuestiones eternas de la humanidad con una profundidad mucho mayor que un esfuerzo humilde y constante.
YUKIO MISHIMA
Letra y silencio despertar al Amor que une dos mundos
"Mediante la observación microscópica y la proyección astronómica la flor de loto puede convertirse en la base de toda una teoría del universo y en un agente por medio del cual podemos percibir la verdad" YUKIO MISHIMA
Era una niña diferente.
Aún siendo pequeña, le gustaba enfrentarse a grandes miedos. Para ella la vida, constituía un inmenso reto en movimiento donde poder aprender cada día.
Su madre, desde que ella recordaba e incluso, desde mucho antes, la había acompañado a diario con una frase que había ido creciendo junto a ellas :
“ Si tienes miedo canta”
Cada vez que se enfrentaba a uno de sus miedos, presionaba sobre el play de su cerebro. Este, automáticamente, se transformaba en gramola con altavoces. Tensaba sus nervios y cuando estos alcanzaban rasgando a sus cuerdas vocales, se propagan distendiéndose hasta el precipicio de sus labios. Entonces su lengua acariciaba al paladar y este en respuesta, ofrecía la canción del momento... de su momento.
Era capaz de registrar y entonar, tantas canciones, como notas musicales junto a los acordes que inhalaba, retomando así la senda de su médula mientras esta mutaba su miedo con alegría.
Poco a poco, fue descubriéndose en tan graciosa actitud, observando que la sonrisa acompañaba a su voz.
Después de un tiempo, uno aprende la sutíl diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma, y uno aprende que el amor no significa acostarse y una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes...y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende... y con cada día uno aprende.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.
Con el tiempo te das cuenta que aunque seas felíz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado. Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante (...)
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo... JORGE LUIS BORGES
"Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor."
Tengo un rosal llamado Gato... Llegó a mi en forma de regalo, con un gran lazo y un cascabel. Merodea libre por la terraza y si nos escucha, agita su rabo demandando atención. Sólo araña los días de viento; al parecer Eolo remueve sus raíces, así que los ataques, son previsibles. No es arisco, aunque tampoco especialmente sociable. Agua y comida, no le falta, tampoco conversación pues aunque se trata de un rosal, emite a través de sus capullos, guturales sonidos. Mi rosal , es un tanto singular y a juzgar por la fragancia que emanan sus rosas, diríase que su esencia es la que me conmueve, más cuando a esta la acompañan sus maullidos se convierte en el mejor rosal del mundo...
Tengo un rosal. Su nombre es Gato...
ARI-GATÔ
" El alba vuelca sus rosas en la copa del cielo..."
OMAR KHAYYAM
DE ROSAS Y GATOS:
" Las verdades, como las rosas, tienen espinas; recíbelas por la parte de la flor y no te pincharás."
SALVADOR POLO DE MEDINA
"Un maullido es un masaje al corazón." STUART MCMILLAN
"Las mujeres y los gatos hacen lo que les place; los hombres y los perros deberían relajarse y acostumbrarse a esa idea." ROBERT A. HEINLEIN
"Los dioses sólo hicieron
dos cosas perfectas:
la mujer y la
rosa.
Pero la mujer es más perfecta,
porque es una rosa que ( y yo digo, primero SIENTE),
piensa..."
Hablaban un grupo de madres y padres a la puerta del colegio:
- Hoy, he dormido fatal, mi hijo no me dejó dormir ni dos horas seguidas.
- Pues yo ayer tuve que lavarle el pantalón a última hora, porque lo necesitaba para hoy.
- Yo, trabajo mil horas para poder darle comida y alimentación.
- A mi me va a quitar la vida...!!!!! Sólo hace que pedir y darme disgustos.
Algunos padres- madres, tienen la extraña costumbre de repetir la cantidad de cosas que hacen por sus hijos, omitiendo la cantidad de cosas que sus hijos hacen por ellos...
"... Yo, sin embargo, siento que por mi hija " no hago nada"
es ella quién cada día me convierte en capaz e infinita..."
Hoy, he llamado a mi niña para darle las GRACIAS, y ella, riendo al otro lado del teléfono me preguntó
-¿ Porque, si yo hoy he de felicitarte a ti?
-
Mi respuesta fue clara:
GRACIAS por haberme convertido en la mujer que soy, por reinventarme No sólo me enseñas, sino que eres la única persona que me recuerda a cada instante la importancia de ser plenamente feliz y me invita a dar un paso más con una sonrisa para ofrecer Eres, el sueño cumplido y compartido que sólo tú haces posible. Eres mi ilusión, mi fuerza y mis ganas de seguir. Eres el miedo y la superación, fruto y flor, esencia de dos adolescentes que persiguieron su sueño hasta que lo lograron. Eres AMOR. ERES TODO... Felicidades MI NIÑA,
TE QUIERO...
Su respuesta fue igual de clara:
- Jajajajajajajajaja, mamá ¡ pero si eso me lo dices cada día!
“ No existe un sólo día para no recuerde y agradezca al alma que lo hizo posible,
tampoco existe un único día para celebrarlo y alegrarse por el amor que comparten nuestras almas. "
MI MAYOR REGALO, ERES TÚ :-)
GRACIAS POR EL VIDEO QUE HAS CREADO Y ME HA HECHO LLORAR DE EMOCIÓN
GRACIAS por tu AMOR
GRACIAS por tu sensibilidad
GRACIAS por ser diferente
GRACIAS por ser especial
GRACIAS por tu sonrisa
GRACIAS por tu confianza
GRACIAS por el respeto
GRACIAS por tu naturalidad
GRACIAS por tus ABRAZOS Y BESOS
GRACIAS por mostrarte
GRACIAS por enseñarme
GRACIAS por tu comprensión
GRACIAS por recordarme que LOS SUEÑOS, SON REALIDAD
GRACIAS, por habernos elegido...
GRACIAS POR SER YAIZA!!!
* FELICIDADES, HOY Y CADA DÍA A TOD@S LOS HIJ@S, MADRES Y PADRES QUE INVIERTIERON E INVIERTEN TODA SU ALMA Y CORAZÓN EN HACERLO POSIBLE